jueves, 14 de diciembre de 2006

Examen Final del Curso de Etica Cocinart

Queridos alumnos:

El examen final del curso de Etica de la Escuela Cocinart consiste en lo siguiente:

Analizar dos problemas éticos propuestos desde el punto de vista de la ética aristotélica, la ética probabilista y la ética kantiana. Es decir, debe haber 3 análisis diferentes para cada problema ético.

El primer problema lo propongo yo. Es el problema de la conveniencia o inconveniencia del divorcio.

Para el caso de Aristóteles, habrá que hacer una relación con el tema de la búsqueda y definición de la felicidad, porque ya hemos visto que su ética se funda en la búsqueda de la felicidad.

En el caso probabilista, hay que analizar si las dos posturas (conveniencia e inconveniencia) son probables o no, de acuerdo con lo visto en clase. A partir de ahi, tomar una decisión.

Para el caso kantiano, se tendrá que empezar por definir qué es el deber, o "lo correcto" para este caso concreto.

El segundo problema ético deberán proponerlo ustedes. Traten de buscar un tema de interés y de actualidad. Que sea cercano a su realidad. Recuerden que la ética es un asunto del día a día.

Les adjunto los textos de las clases para que los tomen como referencia.Igualmente, pueden consultar la información acerca de estos temas que se encuente en Internet. También pueden hacerme cualquier consulta a mi correo: cdelpozoarana@hotmail.com

La fecha de envío del examen es el dia 28 de dic. Deberán enviarlo al correo anterior. No duden en hacerme cualquier consulta o pregunta, que con mucho gusto contestaré.


Muchas gracias

La Etica Kantiana

La Ética de Immanuel Kant (1724 -1804) Nacido en Königsberg, Prusia, y educado en los principios del pietismo religioso, Kant mostró una gran preocupación por los asuntos morales.

Entre su vasta producción mencionaremos dos obras fundamentales: la "Crítica de la razón pura" y la "Crítica de la razón práctica". En la primera obra que mencionamos, Kant aborda el problema del conocimiento elaborando un sistema teórico sobre el mismo sumamente complejo. En su "Crítica de la razón práctica", se propone descubrir y exponer el principio fundamental de la moralidad.

Kant hace un elaborado intento por fundamentar las obligaciones morales del hombre, en conceptos de la razón pura.

a) Los juicios analíticos son verdades universales y necesarias (su negación es una contradicción). No dependen de la experiencia. El predicado está contenido en el sujeto y por lo tanto no aumentan el conocimiento. El fundamento de validez lo encontramos en el principio de identidad, es decir, que son tautologías. Ej. "El triángulo tiene tres ángulos".

b) Los juicios sintéticos, por el contrario, son extensivos y sí aumentan el conocimiento. El predicado no está contenido en el sujeto y su fundamento de validez podemos encontrarlo en el mundo empírico. “Lima es la capital del Perú”.

Kant rechaza fundamentar la moral en la naturaleza del hombre, en las circunstancias o de acuerdo a fines externos como la búsqueda de la felicidad.

La razón práctica no puede expresarse ni por medio de los juicios analíticos o explicativos ni por medio de los juicios sintéticos, puesto que no dice lo que acontece en la experiencia sino lo que debe ocurrir en ella.

Ej. "Los hombres deben ser honestos". Así, la forma de conocimiento práctico, no es un juicio, sino un imperativo.


Ahora bien, los imperativos pueden ser de dos tipos:

a) Hipotéticos; Ej. "Si quieres aprobar el examen debes estudiar." En el ejemplo se ordena una acción para conseguir un fin posible, el cual puede o no ser deseado.

b) Categóricos; Ej. "El hombre debe ser veraz". En este último ejemplo, el imperativo ordena una acción de manera absoluta, es decir que la acción no se considera como medio, sino como un fin en sí mismo, último e incondicionado.


De acuerdo con Kant, el ideal moral está formado por imperativos categóricos que se originan en la voluntad moral, una voluntad autónoma que se encuentra libre de los fines u objetos de deseo.

La fórmula del imperativo categórico, base de la moral kantiana, se expresa así: "Obra de manera que la máxima de tu acción pueda convertirse en ley universal." Lo que Kant está eliminando son los casos excepcionales. La ley moral no tiene excepciones.

Analicemos un ejemplo:

1. Imaginemos que una persona se ahogando en el río, hago todo lo posible por salvarla pero no lo logro. La persona muere, de todas formas.

2. Imaginemos ahora que hago todo lo posible por salvarla y que tengo éxito, salvando su vida.

3. Imaginemos la tercera posibilidad: la persona se está ahogando y yo la atrapo por casualidad mientras pesco con una gran red.

¿Cuál es el valor moral de cada uno de estos posibles actos imaginados? La tercera posibilidad carecería de valor moral porque ocurre sin intencionalidad. Moralmente no es ni buena ni mala, simplemente neutra. Los otros dos actos son moralmente buenos y tienen el mismo valor, en tanto que la buena voluntad es buena en sí misma.

Lo que persigue Kant es fundamentar una Ética Racional Universal basada en leyes que determinan la voluntad y que no puede estar sustentada en la pluralidad de fines, puesto que éstos varían y son contingentes. Si puede haber una Ética Racional, ésta descansará sobre principios universales y no sobre relativismos culturales, históricos, etcétera

La conciencia moral manda de modo absoluto, ordena de modo incondicionado. No dice: "me conviene ser amable con él porque así evitaré problemas", este sería un criterio de conveniencia. La conciencia moral dirá: "debo ser amable con el porque es mi deber tratar bien a la gente" y no importa si ello me cuesta la vida, la fortuna, o lo que fuere, el mandato de la conciencia no está condicionado por las circunstancias. Puede suceder que uno no cumpla con su deber, pero eso no le quita autoridad al mandato absoluto. El deber no supone conveniencias, satisfacciones o estrategias, es un fin en sí mismo.

Kant se da cuenta de que el hombre no es puramente racional. También tiene deseos e inclinaciones, las cuales determinan muchas veces las decisiones y las acciones. Estos deseos, sin embargo, no deben interferir con el acto moral.

Se distinguen así cuatro tipos de actos:

a. Actos contrarios al deber: En el ejemplo de la persona que se está ahogando en el río. Supongamos que disponiendo de todos los medios necesarios para salvarlo, decido no hacerlo, porque le debo dinero a esa persona y su muerte me librará de la deuda. He obrado por inclinación, esto es, no siguiendo mi deber sino mi deseo de no saldar mi deuda y atesorar el dinero.

b. Actos de acuerdo al deber y por inclinación mediata: El que se ahora en el río es mi deudor, si muere, no podré recuperar el dinero prestado. Lo salvo. En este caso, el deber coincide con la inclinación. En este caso se trata de una inclinación mediata porque el hombre que salva es un medio a través del cual conseguiré un fin (recuperar el dinero prestado). Desde un punto de vista ético, es un acto neturo (ni bueno ni malo).

c. Actos de acuerdo al deber y por inclinación inmediata: Quien se está ahogando es alguien a quien amo y por lo tanto, trato de salvarlo. También el el deber coincide con la inclinación. Pero en este caso, es una inclinación inmediata porque la persona salvada no es un medio sino un fin en sí misma (la amo). Pero para Kant, este es también un acto moralmente neutro.

d. Actos cumplidos por deber: El que ahora se ahoga es un ser que me es indiferente... no es deudor ni acredor, no lo amo, simplemente, un desconocido. O pero aún, es un enemigo, alguien que aborrezco y mi inclinación es desear su muerte. Pero mi deber es salvarlo y lo hago, contrariando mi inclinación. Este es el único caso en que Kant considera que se trata de un acto moralmente bueno, actos en los que se procede conforme al deber y no se sigue inclinación alguna.

Para determinar la validez de un acto moral, de acuerdo con la Etica Kantiana, debemos prestar atención a la voluntad del sujeto que lo determina y no a la acción misma. Los actos, según Kant, no son ni buenos ni malos; bueno o malo es sólo el sujeto que los realiza.

Para Kant la ética de la felicidad no es aceptable porque la felicidad le es al hombre natural y por lo tanto no es un deber sino lo contrario, es una inclinación natural (lo que se hace por amor queda fuera del deber).

Kant no solo rechaza la idea de la felicidad sino en general la idea del bien y reemplaza la ética del bien por la ética del deber. Establece que "no es el concepto del bien lo que determina la ley moral y la hace posible, sino al contrario, es la ley moral lo que determina el concepto del bien y lo hace posible". En su concepto, el bien consiste en lo que se debe hacer, donde la ley moral es la que determina el concepto del bien y la hace posible.

La Etica del Probabilismo

Tomemos como punto de partida la cita del evangelio de Mateo: Iugum meum suave est, et onus meum leve (mi yugo es suave y mi carga es suave). Esta cita plantea una serie de cuestión a la teología moral de la época y a la actual también.

¿Qué es ese 'yugo' del que habla Jesús? Desde la óptica de un probabilista no cabe la menor duda de que el yugo es la ley, en cualquiera de sus formas. Toda ley es un yugo que los seres humanos tienen que cargar sobre sus hombros, pero a diferencia de otras leyes, la ley de Cristo es un yugo ‘suave’.

Todo probabilista que se respete hará hasta lo imposible para que jamás se olvide que la ley de Cristo es un yugo suave; por lo que, dicho sea de paso, realmente no puede extrañar que sus detractores hayan querido asociar al sistema con el laxismo.

Una opinión es un juicio no garantizado por el conocimiento, es decir, un juicio que puede ser verdadero o falso. Dicho de otro modo, siempre que se emite una opinión es necesario tener en cuenta la probabilidad de la opinión contraria.

A partir de este concepto simple de ‘opinión’, algunos autores pasan al concepto complejo de ‘opinión probable’, que la escolástica definía como el juicio verosímil al que se otorga asentimiento práctico.

‘Probable’ es todo aquello que es intrínsecamente capaz de probarse, de donde se sigue que “es error común y vulgar llamar a una opinión más o menos probable.” Tesis probabilista.

Las opiniones sólo se pueden dividir en probables o improbables. No tiene ningún sentido filosóficamente relevante graduarlas en más o menos probables, como vulgarmente hacen los contendientes del probabilismo. Con ello, lo único que realmente están haciendo es procurando fortalecer sus propias opiniones, sostener sus críticas a las contrarias y aplacar sus temores respecto de la falta de conocimiento.


¿De qué trata, pues, propiamente el probabilismo? En las épocas de grandes crisis culturales, las desorientadas conciencias morales quisieran tener a la mano una guía cierta para dirimir entre las opiniones concurrentes. ¿Cuál de dos opiniones contrarias es lícito seguir en la acción?

Para resolver este tipo de problemas, los probabilistas (entre ellos, muchos jesuitas) enseñaban que lo primero que debía hacerse era determinar si las opiniones concurrentes eran probables o no. Luego de lo cual, si era el caso que ambas opiniones mostraban probabilidad, recomendaban tener en cuenta que ambas podían ser lícitamente seguidas, a pesar de ser concurrentes, es decir, a pesar de que señalaban cursos de acción contrarios.

La razón dada para legitimar toda opinión probable por el solo hecho de ser probable era simplemente esta: En materia opinable no rige el principio de no-contradicción, que sólo vale para el conocimiento verdadero.

A continuación, los probabilistas debían poder determinar la probabilidad o improbabilidad de una opinión. Para ello hacía falta tener una idea muy precisa de qué es lo que determina la probabilidad y averiguar si esa determinación se aplica correctamente a un caso concreto o no.

‘Prueba’ es una “demostración clara del objeto, por argumentos de hecho o de derecho”.

A partir de esta definición han querido los teólogos erradamente distinguir entre más o menos probable, esto es, [entre] prueba plena o semiplena. Los teólogos escolásticos, en efecto, poniéndose en analogía con el pensamiento jurídico, habían propagado la distinción entre probabilidad intrínseca y probabilidad extrínseca, cometiendo un error epistemológico que Paco detecta y denuncia: La naturaleza de una prueba admite gradación, pero “la esfera de la probabilidad” no.

Paco, como todo buen probabilista, halla un enorme placer en señalar que la verdadera intención de distinguir entre una opinión más y otra menos probable es política. Lo que realmente se busca con esa distinción es otorgarle a una de las opiniones concurrentes el respaldo de autoridad que requiere para ser convertida en ley, es decir, para convertirse en un yugo más que pese sobre las conciencias. En un sentido estricto, la ‘opinión más probable’ no responde a otra cosa que a la vulgar recomendación del poder político, que le pide al desorientado ciudadano común abstenerse de todo riesgo moral cuando tenga dudas respecto de qué hacer. En otras palabras, el probabiliorismo (la opción por la opinión más probable) se diferencia del probabilismo (la opción por la opinión probable) porque responde a la máxima: ‘Si dudas, elige siempre lo más seguro, y lo más seguro es siempre lo que goza del repaldo de la autoridad.’

Peor aún, en la preferencia por ‘la opinión más probable’ prima un criterio cuantitativo, toda vez que se tienda a interpretar ‘más probable’ como ‘mayoritariamente respaldada’. Pongo como testigo, dice Paco, la tumba de innumerables moralistas “extravagantes que, siguiendo a Sto. Tomás, dicen que el Juez debe sentenciar de tal suerte según lo alegado y probado, que si veinte o treinta testigos juran que Pedro mató a Juan, lo debe ahorcar aunque él vio y presenció que el matador fue Francisco” (otro Francisco, no Paco). Y en un rapto triunfalista, añade: “Hoy todos los modernos siguen lo contrario.”

Toda disputa acerca de opiniones morales concurrentes, “bien penetrados sus términos” —aclara Paco—, debe partir de un principio ético claramente establecido, según el cual no es lícito seguir una opinión improbable a la vista de una probable. Esa es toda la diferencia que importa. Y para evitar la común acusación de relajamiento moral que se solía hacer a todo aquel que sostuviera esto, el buen Paco añade que tampoco es lícito seguir la opinión probada con prueba semiplena, es decir, con una prueba laxa, dejando de lado una opinión probada con prueba plena.

Hasta aquí las consideraciones iniciales, puramente teóricas, que se ponen todavía más abstractas conforme se avanza en la lectura de La Antorcha Luminosa. Pero a partir de este punto, mi ensayo tomará un giro más concreto. Mi propósito es mostrar por qué razón fue el probabilismo un sistema moral tan polémico y controversial. Para ello volveré sobre las tesis de Paco, el autor anónimo de La Antorcha, pero lo haré de la mano de un ejemplo actual, que tenga el mismo carácter de incertidumbre apasionada que tenían los ejemplos dados por los moralistas en el siglo XVIII.

El jesuita Diego de Avendaño, en la segunda mitad del siglo XVII, puso entre muchos ejemplos de una opinión probable lo siguiente: Algunos opinan probable procurar el aborto antes de la animación del feto, en consideración a la vida u honor de la joven. Pero analizar el problema del aborto en los términos en los que se planteaba en el siglo XVII resulta extremadamente difícil. Por ello, prefiero hacerlo en los términos de un debate actual.

En la prensa se ha estado debatiendo hasta no hace mucho el tema de la píldora del día siguiente. 'Algunos opinan probable que la píldora es abortiva.' Que esta sea una opinión y no un conocimiento verdadero significa que siempre será necesario tener en cuenta la posibilidad de la opinión contraria, a saber: 'Algunos opinan probable que la píldora del día siguiente no es abortiva.' Pues bien, si probable es todo aquello que es intrínsecamente capaz de probarse, y si según enseña el probabilismo no debe distinguirse entre opinión más o menos probable, lo que en concreto obtenemos es que las opiniones concurrentes: 'es probable que la píldora sea abortiva' y 'es probable que la píldora no sea abortiva' tienen el mismo valor moral.

Esta es la tesis probabilista: Las opiniones sólo se pueden dividir en probables o improbables. Por lo tanto, lo que aquí importa es saber si estas dos opiniones concurrentes son probables o improbables, pues si se detecta que ambas son probables, cualquiera que sea la decisión que finalmente tome una persona frente a la píldora será una decisión moralmente lícita.

Entremos, pues, en materia.

Lo primero que hay que recordar es nuestro marco teórico más general, según el cual una opinión es un juicio no garantizado por el conocimiento, es decir, un juicio que puede ser verdadero o falso.

En ese marco, una opinión probable es el juicio que puede ser probado verdadero, o dicho de otro modo, el juicio que podría ser verdadero, pero que desconocemos en esa calidad. Este juicio no es, pues, objeto de conocimiento sino solo de creencia.

Sin embargo, a pesar de que solo tenemos una creencia acerca del mejor curso de acción a tomar, nos hallamos en una situación moral frente a la que hay que tomar una decisión.

Puestos en los zapatos de los probabilistas, lo que buscamos es la probabilidad y no la mayor probabilidad, es decir, la aptitud de una opinión para ser probada y no la opinión que goza de mayor o mejor respaldo en la comunidad a la que pertenecemos. Es obvio, pues, que nuestra atención debe concentrarse en las opiniones menos metafísicas o religiosas de las que dispongamos, pues éstas difícilmente tienen esa aptitud. ¿Qué camino queda abierto?

La cultura moderna nos induce a buscar opiniones con aptitud de ser probadas en el campo de las ciencias exactas. Por ello, en el caso de la píldora del día siguiente, son las ciencias biológicas las que entran en consideración.

Pues bien, desde ese campo del saber, se han llegado a plantear tres teorías acerca del comienzo de la vida humana.

La primera es la teoría de la fecundación o concepción, según la cual hay vida humana independiente de los progenitores desde el momento en el que se unen el óvulo o gameto femenino y el espermatozoide o gameto masculino.

La segunda es la teoría de la anidación, según la cual la vida humana independiente empieza a partir del momento en el que el cigoto, que es la unión de ambos gametos, se fija en la pared del útero, dándose inicio a la fase embrionaria, lo que ocurre a los catorce días de la fecundación.

Y por último está la teoría de la formación de la corteza cerebral, según la cual sólo hay vida humana independiente a partir de la aparición de los rudimentos del sistema nervioso central, que requiere de unos catorce días posteriores a la anidación.

¿Cómo se resuelve esta divergencia de enfoques desde el probabilismo? Lo veremos en la siguiente entrega.
Si Paco fuera transportado del siglo XVIII al XXI, tendríamos que explicarle el panorama teórico que circunda la polémica en torno a la píldora del día siguiente más o menos del siguiente modo: En lo que va del desarrollo de la ciencia, ninguna de las tres teorías que hemos formulado ha logrado ser refutada hasta ahora. Por lo tanto, ninguna de las tres produce conocimiento verdadero. A partir de cualquiera de las tres, en cambio, sólo se pueden producir opiniones probables o, lo que es lo mismo, creencias razonables.

Estas serían las combinaciones básicas posibles:

(1) ‘La píldora es abortiva por adhesión a la teoría de la fecundación.’

(2) ‘La píldora no es abortiva por adhesión a la teoría de la anidación o a la teoría de la formación de la corteza cerebral.’

Las opiniones con sustento en teorías en pleno despliegue y desarrollo son opiniones capaces de ser probadas, según avancen y tengan éxito las investigaciones. Debido a esa probabilidad de la que gozan, las dos opiniones (o tres, si se quiere) que hemos apuntado son moralmente lícitas, a pesar de ser concurrentes respecto de la acción de usar o no la píldora, pues una la prohíbe y la otra la permite. Pero, como bien sabe todo buen probabilista, en materia opinable no rige el principio de contradicción, porque no hablamos aquí de conocimiento verdadero. De allí se sigue que la máxima deducida (sea ésta ‘usa la píldora’ o ‘no uses la píldora’) es siempre dudosa.

Lex dubia, decía Francisco Suárez, non obligat.

¿Qué tendría que ocurrir para que una de las dos opiniones se diese por ‘probada’? Una de ellas tendría que dejar de ser una opinión para pasar a convertirse en conocimiento verdadero. A diferencia de lo que para la epistemología de Paco regía en este punto, hoy se tiende a entender ‘prueba’ no como la “demostración clara del objeto, por argumentos de hecho o de derecho”, sino como la demostración de la falsedad de la tesis contradictoria. En otras palabras, cuando se haya podido demostrar, a partir de un enriquecimiento de los elementos de juicio producidos por la ciencia, que una de esas teorías es falsa, entonces desaparecerá la probabilidad y, consecuentemente, al convertirse la opinión en conocimiento, el carácter vinculante de la máxima que se siga de ese conocimiento será absoluto.

Ahora bien, muchos teólogos, y muchos laicos influyentes que razonan como teólogos, siguen insistiendo, hasta el día de hoy, que una de las dos opiniones es ‘más probable’ que la otra. Piensan esto porque creen que es posible presentar pruebas semiplenas a favor de la opinión que considera a la píldora abortiva. ¿En qué prueba semiplena ven la mayor probabilidad de que lo sea? Señalan que la unión del espermatozoide con el óvulo da lugar a un potencial embrión que ya tiene vida humana independiente, porque posee un sistema inmunológico propio, diferente al de los padres, que no cambiará cuando anide en el útero. Y añaden: Puesto que la píldora impide el anidamiento, es abortiva.

Paco, como todo buen probabilista, desbarataría las pruebas semiplenas con otras pruebas semiplenas en contrario, como por ejemplo ésta: Si se trata de contar los cigotos que no llegan nunca a anidar en el útero, la propia naturaleza arroja cientos de miles de supuestos seres humanos fuera del organismo de la mujer durante su ciclo de vida fértil. Si el cigoto fuese realmente un ser humano, es razonable suponer que Dios o la naturaleza lo habrían dotado de una protección mayor, como aquella excelente cobertura de la que sí goza una vez que ha anidado.

La verdadera intención de distinguir entre prueba plena y semiplena, entre opinión más y opinión menos probable, es claramente política. Lo que realmente se busca con esas distinciones es otorgarle a la opinión propia una superioridad respecto de la opinión ajena que en realidad no tiene. Es la pretensión política, filosóficamente insostenible, de hacer de una opinión ley. Con lo cual inevitablemente se carga a las personas con un yugo adicional sobre sus conciencias, que las obliga a obrar en la dirección deseada por otros.

¿Ha servido este ejemplo polémico para develar quién es, en definitiva, un probabilista? Espero que sí. Un probabilista me parece a mí una persona que, ante este tipo de conflictos morales, opta consistentemente por la libertad. Esto era (no sé si lo seguirá siendo) un jesuita del XVIII: Un cura que en el confesionario no le decía al penitente que, ante la duda, debía seguir el mandato de las mayorías ni la opinión de las élites intelectuales ni mucho menos las disposiciones arbitrarias del poder político, sino exclusivamente el imperativo de su propia conciencia.

La Etica Aristotélica

Aristóteles expone sus reflexiones éticas en la "Ética a Nicómaco", fundamentalmente.

Para Aristóteles no es posible afirmar la existencia del "bien en sí", de un único tipo de bien: del mismo modo que el ser se dice de muchas maneras, habrá también muchos tipos de bienes.

Toda acción humana se realiza en vistas a un fin, y el fin de la acción es el bien que se busca. El fin, por lo tanto, se identifica con el bien.

Muchos de esos fines no son fines últimos sino que, a su vez, buscan otros fines mayores.

Aristóteles nos dice que la felicidad es el bien último al que aspiran todos los hombres por naturaleza, y que no se busca por otra cosa.

Pero no todos los hombres tienen la misma concepción de lo que es la felicidad: para unos la felicidad consiste en el placer, para otros en las riquezas, para otros en los honores, etc.

No es en el conocimiento sino en la reflexión práctica en donde encontraremos una concepción general de felicidad.

El hombre ha de tener una función propia: si actúa conforme a esa función será un "buen" hombre; en caso contrario será un "mal" hombre. La felicidad consistirá por lo tanto en actuar en conformidad con la función propia del hombre. En ser un hombre “virtuoso”.

Por lo tanto, para averiguar en qué consiste la felicidad, iremos a averiguar la naturaleza del hombre. Si el hombre es cuerpo y alma, entonces habrán virtudes de la parte práctica, de la acción y decisión (virtudes éticas) y de la parte racional e intelectual (virtudes dianoéticas)

La deliberación y la decisión en torno a nuestra conducta establecen una clara subordinación al pensamiento de la determinación de nuestra conducta, y exigen el recurso a la experiencia para poder determinar lo acertado o no de nuestras decisiones

Por tanto, Aristóteles define la virtud ética como un hábito, el hábito de decidir bien y conforme a una regla, la de la elección del término medio óptimo entre dos extremos.

Este término medio, nos dice Aristóteles, no consiste en la media aritmética entre dos cantidades. Es el término medio no de la cosa, sino para nosotros, guiados por nuestra experiencia.

Para determinar las virtudes dianoéticas partirá del análisis de las funciones de la parte racional o cognitiva del alma, de la diánoia.

Para la función productiva, la virtud es el dominio de un arte. La función práctica (reflexión sobre la vida ética y política) tiene la virtud de la prudencia (phrónesis) que es más una cuestión de experiencia que de ciencia. La prudencia es la virtud fundamental de la vida ética, sin la cual no podremos adquirir las demás virtudes éticas.

Por lo que respecta a las funciones contemplativas o teóricas, propias del conocimiento científico, (Matemáticas, Física, Metafísica,) la virtud que les corresponde es la sabiduría (sophía). La sabiduría representa el grado más elevado de virtud, ya que tiene por objeto la determinación de lo verdadero y lo falso, del bien y del mal. El hábito de captar la verdad a través de la demostración, la sabiduría, representa el nivel más elevado de virtud al que puede aspirar el hombre, y Aristóteles la identifica con la verdadera felicidad. En efecto, el saber teórico no "sirve" para nada ulterior, no es un medio para ningún otro fin, sino que es un fin en sí mismo que tiene su placer propio.

En la política, el Estado es quien tiene que procurar los medios materiales y espirituales para que el hombre pueda acceder a esta virtud máxima. Por eso la ética desemboca en la política. La naturaleza del hombre es la de un animal político.